Enséñale a pescar, y comerá todos los días
- Paideia
- 5 abr 2019
- 3 Min. de lectura
Por: Mercedes Urtubey
UNA VIDA AL FRENTE DEL AULA
A los 20 años descubrió su vocación por enseñar, y hoy María Martín y Herrera es profesora de 205 alumnos en el municipio de San Fernando.
“¡Ahí viene la de tránsito! ¿Se va a hacer unos pesos, profe?”, le gritan los alumnos a María Martín y Herrera cuando la ven llegar arriba de la bicicleta con su chaleco naranja. Ella, de 63 años, es profesora en las escuelas de Educación Secundaria Nº 18 y Nº 3, y en las escuelas de Educación Secundaria Técnica Nº 2 y Nº23 del partido de San Fernando, en las que enseña Salud y Adolescencia, Política y Ciudadanía y Proyecto de Investigación.

Se recibió de Socióloga a los 36 años, embarazada del que sería su cuarto hijo, e hizo una Maestría en Ecología y Desarrollo Sustentable. Tras incursionar en la educación privada desde los 20 años, decidió dedicarse a la orientación social, pero la frustró que la burocracia siempre le impusiera un “pero” que no la dejara solucionar los casos, y decidió que su pasión era estar dentro del aula. Su vocación surgió porque resolvió hacer las cosas contrariamente a como las había hecho su madre, una mujer que describe como incapacitada para criar hijos, por lo que Martín y Herrera ocupó ese rol entre sus hermanos.
El primer día de clase, los alumnos hacen una lluvia de ideas sobre lo que creen que significa un proyecto, y lo que entienden por "política". María Martín y Herrera declara que las escuelas van dejando de ser un "aguantadero". (Archivo personal)
La edad es una carta a favor para Martín y Herrera: “Tengo la edad de las abuelas de mis alumnos, y creo que por eso me tienen respeto”, afirma. Entiende que ellas son referentes que gozan de la admiración de sus nietos, porque en muchos casos los cuidaron más que sus madres. La materia que Martín y Herrera más disfruta dar y la que más carga horaria le demanda es Salud y Adolescencia, porque las enfermedades son una cuestión más corriente para sus alumnos, les interesa más que la teoría política porque lo viven diariamente. Uno de los problemas que le plantean sus alumnos es la falta de comprensión lectora: muchos de ellos son meros copistas, escriben lo que se les dicta sin entenderlo. A pesar de que, admite ella, es una herramienta útil para serenarlos.
"El adolescente quiere armar si identidad y quiere matar a sus padres, y eso lo pagamos los profesores. Desde la rebeldía te miran como si fueras su madre o su padre, de quienes se quieren separar. Pero ahora, que estoy más vieja, los hago ser conscientes de eso".
Martín y Herrera nunca adhirió a un paro y asegura con firmeza que es contrario a la vocación docente, y que ningún educador debería parar. El Estatuto Docente ordena que los alumnos deben tener el 75 por ciento de presentismo para tener la materia aprobada, independientemente del promedio. Los días de paro Martín y Herrera toma su propia lista, y quien no va a su clase tiene ausente. Si el director de la escuela le permite abrir la institución, a pesar de que legalmente tiene la obligación de hacerlo, ella busca la llave, abre la escuela y se queda las horas que debe trabajar. No la amedrenta que haya veces en que militantes de La Cámpora la presionen.
"Hay chicos que llegan con un bagaje intelectual altísimo, y sin embargo tienen padres cuasi analfabetos".
“Si fuera por necesidad económica, me convendría estar trabajando de cualquier otra cosa”, declara. Con sus 17 años de antigüedad, cobra un sueldo de 29.000 pesos por las 18 horas semanales que trabaja. La profesora, que se define como dinámica, hacedora e impaciente ante todo, revela que por ser socióloga es idealista en su visión de la docencia. Dando clases es cómplice de un sistema de retroalimentación: vive con la sensación de que permanentemente siembra semillas, de las cuales son pocas las que prenden, pero esas le dan toda la dicha que necesita.
Todos los días se escapa de su casa, del oasis de felicidad que es su jardín, para crear un vínculo con sus alumnos: “Tienen la confianza para contarme cosas, como abusos que sufrieron, que no les cuentan a nadie más”, declara. Pero no tiene compasión. Su norte es la seguridad de que el conocimiento es un valor que no perece, y sostiene: “La cabeza nadie te la puede robar”.
“Lo que más me emociona en el mundo es que un alumno me diga que tiene como aspiración estudiar para poder superarse”.
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