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Maestros isleños: la vocación de muy pocos

  • Foto del escritor: Paideia
    Paideia
  • 26 abr 2019
  • 3 Min. de lectura

VIAJAN DURANTE CUATRO HORAS PARA ENSEÑAR


A pesar de las dificultades, estos docentes cada día entregan su vida a los 37 chicos que asisten a la escuela 24/18 ubicada en el canal Alem.


Por Antonella Caprioli



“Ser maestra de isla no es para cualquiera, tenes que tener vocación y entregarle tu vida porque estos chicos depende 100% de nosotros”, confiesa Marcela con lágrimas en los ojos. Crédito: A. C.

A las ocho de la mañana partió la lancha Amelia desde el Puerto de Campana (provincia de Buenos Aires) hacia el canal Alem. Había maestras, profesores y algunos niños: todos abrigados, intentando combatir los ocho grados de sensación térmica, compartían charlas y cebaban un mate al compás del motor de la Amelia.

Todas las mañanas es la misma rutina: parte la lancha con todos los docentes y comienzan el recorrido por el canal Alem en busca de cada uno de los alumnos de las escuelas 24/18, 28 y de la escuela de oficios ubicada en el recreo Blondeau. La lancha se va acercando a la orilla hasta amarrar en el muelle de madera de las casas para que puedan subir los alumnos. Los despiden las madres acompañadas de sus perros y la Amelia continua su recorrido.


Los docentes pasan cuatro horas diarias en la lancha para ir trabajar. Crédito: A. C.

“Si bien es muy sacrificado, es a la escuela que vengo con más ganas de enseñar “, asegura Camila, profesora de matemática. Esta joven maestra comenzó en noviembre de 2018 en esta escuela. Martes y jueves sale de su hogar a las siete y media de la mañana y regresa alrededor de las cuatro de la tarde pero reunirse con su familia. “Lo más difícil es saber que si a mis hijos les pasa algo dentro de ese horario, yo no puedo hacer nada hasta que la lancha regrese a Campana”, explica la profesora.

Tras dos horas de viaje -y luego de atravesar lluvia y viento- la lancha llegó a la escuela 24/18. En seguida bajaron los profesores y los 37 alumnos, y se reunieron para cantarle a la bandera. Luego, alumnos y profesores, comenzaron a abrir y a acomodar las instalaciones. Todos colaboraban.

La escuela está en el medio de la nada: monte a ambos lados. Cuenta con siete aulas de tres por dos metros, dos preceptorías (una de primaria y otra de secundaria), cuatro baños y un comedor. Las paredes tienen murales hechos por los alumnos. Parece una gran casa de familia.


“Para los chicos, la escuela es su lugar de encuentro: donde los noviecitos se ven, los amigos juegan y donde se desahogan…”, asegura la preceptora. Crédito: A. C.

En el comedor les sirvieron el desayuno a los alumnos y tras 10 minutos comenzaron las clases. “Los chicos casi nunca faltan. Muchos de ellos vienen porque acá tienen su desayuno y almuerzo y cuentan con eso”, explica Martín (profesor de educación física).

Silvina, secretaria de la escuela desde 2016 y antiguamente preceptora, trabaja allí desde 2001 y es quien prácticamente fundó esta escuela secundaria “anexo” 18. “Nosotras hacemos de profesoras, madres, psicólogas, enfermeras, cocineras… lo que se necesite”, asegura Silvina. Ella, Marcela (preceptora) y Viviana (directora) conocen a cada uno de los chicos, sus historias y necesidades. Marcela a media mañana llamó a uno de los chicos y le entregó un pantalón y zapatillas que sabía que le hacían falta. Como ellas relatan, allí todo es a pulmón, es una especie de escuela fantasma para el gobierno.


Silvina (secretaria de la escuela) junto a Martín, el nuevo profesor de educación física. Crédito: A. C.

A las doce del mediodía sonó el timbre: la hora del almuerzo. En toda la escuela se fusionaba el olor a rio con el cálido aroma del puré con carne que habían preparado para los chicos. No eran alumnos-docentes almorzando, eran una gran familia: catándole el feliz cumpleaños a un compañero, Marcela repartiendo vasos, Silvina yendo y viniendo de la cocina.

Una vez terminado, cada curso volvió a su aula. Por su lado, segundo y tercer año de secundaria fueron al patio con Marcela y Martin para preparase para los juegos bonaerenses que tendrían en Campana dentro de dos días. Mientras los varones entrenaban, la preceptora se sentó bajo un árbol a charlar con las chicas. “Ellas son uno más de nosotros, les contamos todo y son re buenas, siempre nos ayudan, confesó Melody, alumna de segundo año.

A las dos de la tarde volvió a sonar el timbre, pero esta vez para finalizar la jornada. Rápidamente entre los alumnos y profesores apagaron todas las luces, cerraron las puertas y pronto marcharon hacia la lancha para volver a sus hogares. “Hasta mañana”, y un beso a cada alumno, así despedían los docentes a sus chicos.


A las dos de la tarde finaliza la jornada y los chicos vuelven a su hogar. Crédito: A. C.


Hay que olvidarse el concepto de escuela que la gran mayoría tiene para dimensionar el funcionamiento de esta institución: allí no solo aprenden asignaturas, aprenden también a vivir y luchar sin importar los obstáculos que tengan.


Hasta el año pasado no había profesores de matemática que quisieran cubrir las horas de segundo y tercero del secundario. Crédito: A. C.

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